¿Escuchaste alguna vez en tu casa estas frases? “¡Eres un tonto! ¡Qué torpe eres! ¡No puedes hacer nada bien!”. O incluso frases tan fuertes como… “¡Me arruinaste la vida!” o “¡no sirves para nada!”. En muchos casos estas son las palabras que laceran el corazón de nuestros hijos y marcan de una manera tan dolorosa su destino, que viven estancados de por vida.
Las palabras son imágenes que se quedan grabadas en nuestra mente, definen nuestra identidad y perfilan nuestro futuro; por eso, cuando pasan los años, todos recordamos frases que se quedaron y marcaron nuestro diario vivir.
Es tal el poder de las frases negativas, que aun pasando el 99% del tiempo afirmando a nuestros hijos, puede llegar ese día nefasto en que -producto de la ira el cansancio o la frustración- decimos una frase que golpea el alma… y luego de veinte años no damos cuenta que lo tienen tan vivo que nos dicen: “¿Recuerdas que me dijiste aquello…?”. Y nosotros, con cara de asombro, solo atinamos a recordar… e inmediatamente a tratar de olvidar en un segundo lo que permaneció tantos años en el corazón de nuestros hijos.
Esto nos lleva a una conclusión contundente: para construir y edificar hay que ser constante, perseverante y coherente en lo que estoy diciendo, sostenerlo en el tiempo y expresarlo con gestos en el diario vivir. Esto no es otra cosa que tener una buena comunicación con nuestros hijos.
Hay que ser conscientes del poder de nuestras palabras y pensar qué es lo que quiero construir… ¿vida o muerte? Decídete a construir vida y empieza a decir estas palabras a diario a tus hijos:
Este tipo de comunicación positiva abre las puertas para que ellos se sientan libres de expresar su felicidad, dudas, temores o miedos sin sentirse juzgados y/o menospreciados.
Comprométete y practica el sembrar estas palabras diariamente en tus hijos, y de aquí a unos años verás una gran cosecha que llenará de gozo a toda tu familia.
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